Viaje a Itaca fue escrito originariamente en inglés, durante mi quinto año de residencia en los Estados Unidos; fue también mi primera novela, a menos que se considere como tal un fallido divertimento de 300 páginas que escribí en castellano mientras vivía todavía en el Perú, tratando de mantener íntegra mi salud mental. ¿Por qué lo escribí en inglés, un lenguaje que sólo podía hablar entonces abominablemente, comprender con las justas y escribir penosamente, y no en el lenguaje mejor familiarizado de Cervantes? La respuesta --o parte de la respuesta-- es: arrogancia.
Vine a Hawai en 1986. Hasta ese momento, toda mi educación en inglés consistía en un curso intensivo de 12 meses en el Instituto Cultural Peruano-Norteamericano de la avenida Abancay. Podía leer la mayoría de los cuentos de O. Henry, pero con gran dificultad los de Poe. Veía Remington Steele, y no entendía nada de lo que decían los actores. Cuando fui a buscar un trabajo (job) en Jack in the Box, le dije al gerente que estaba buscando un jab (puñetazo). Y, sin embargo, incluso antes de poner los pies en tierra norteamericana, había prometido solemnemente que, antes de cumplirse mi tercer año de residencia en E.U., iba yo a escribir un libro completamente en inglés. Había leído la increíble historia de Jerzy Kosinski, un polaco que llegó a Nueva York sin saber una palabra de inglés, pero que en dos años logró no sólo escribir un libro en ese idioma, sino publicarlo por entregas en Reader's Digest. Me sentí herido en mi vanidad, y me di tres años para repetir esa hazaña.
Pasaron tres años. No escribí ningún libro, en inglés o en español: para entonces, se me habían agotado las ideas. No teniendo nada que hacer, desempolvé el divertimento de 300 páginas que he mencionado antes y traté de traducirlo al inglés. Trabajaba en unos pocos párrafos a la vez, cuando no estaba chambeando en un restaurante chino como mesero, que era casi todo el tiempo, y los escribía en un pedazo de papel bond recortado al tamaño de una tarjeta. Luego corregía una palabra aquí y una frase ahí, y cuando la "tarjeta" estaba llena de correcciones la pasaba al limpio y tiraba la versión antigua. Al cabo de un año o de un año y medio tenía ya dos cajas de lata llenas de esas "tarjetas", y había adquirido destreza escribiendo en inglés, aunque no sin cierto esfuerzo.
Mi esterilidad terminó en 1990, después de regresar de un viaje al Perú. Mientras esperaba por mi conexión en el aeropuerto de Los Ángeles, se me ocurrió poner mis experiencias de 25 años pasados en Lima en la forma de un libro que era a la vez una guía turística, un libro de recuerdos y una novela; y en que mezclaría ficción y realidad, recuerdos y hechos. Llegué incluso a concebir ahí mismo la simple historia romántica que sería la trama del libro. Decidí escribir el libro en inglés, en parte por arrogancia, y en parte porque había comenzado a preocuparme de nuevo excesivamente por cuestiones del estilo y de la técnica narrativa, cosa que tenía un efecto paralizante sobre mi escritura. Pensé que, escribiendo en inglés, cosa que no podía hacer sin la ayuda de una montaña de diccionarios y de manuales de gramática, me distraería de esas preocupaciones.
Me quité de mi trabajo (a tiempo parcial) de mesero para cuidar a mi padre, que se había vuelto ciego y estaba muy enfermo, pero después de su fallecimiento decidí no buscar otro trabajo inmediatamente, para terminar el libro. Escribí el primer borrador en dos meses, trabajando seis horas (a veces ocho) al día y tomándome pastillas de cafeína para combatir la fatiga mental. Entonces lo reescribí tres veces en el transcurso de otros seis meses. Para Navidad, ya tenía un manuscrito más o menos completo en mis manos y, con casi todos mis ahorros agotados, había comenzado a buscar otro trabajo de mesero.
Mientras escribía el último párrafo del libro, me sentí como alguien que finalmente lograba pagar una fuerte deuda. El verdadero tema de la novela no fue nunca el tragicómico romance entre el semi-autobiográfico protagonista y Rosa. El verdadero tema fue el país que acababa de visitar, tanto es así que inicialmente quise dar al libro el título de "Perú", hasta que me di con el magnífico poema Itaca de Cavafy. Aunque yo había despotricado al país por su xenofobia, que me había forzado a emigrar por tercera vez, le debía también gratitud por el hecho de que nunca fui discriminado en el área de educación: el estado peruano pagó por mi educación desde el colegio secundario hasta la universidad. También valoraba la oportunidad de haber crecido en el Perú, en vez de en la China o en Hong Kong, ya que eso me impidió que terminase convertido en un campesino ignorante o en un hongkongnese frívolo.
Comencé a traducir al castellano A journey to Ithaca casi inmediatamente. Pensé que iba a ser fácil. No fue así. Fue un proceso penoso y agotador. No tuve ningún problema en pasar de un idioma a otro pero cambiar de mentalidad fue otra cosa. Incluso cuando escribía en castellano, seguía pensando en inglés. El resultado final fue una versión llena de anglicismos y de frases ineptas. No era buena ... Pero ése era otro libro, y contaré su historia en otra ocasión.
Casi al mismo tiempo en que yo estaba terminando el libro, Jerzy Kosinski entraba en el cuarto de baño de su apartamento de Manhattan, se colocaba una bolsa plástica en la cabeza, y se suicidaba. Había sido denunciado como un farsante. Había sido acusado de emplear un ejército de traductores y de editores contratados para escribir sus libros, que él redactaba en polaco. Kosinski nunca fue un genio del lenguaje inglés como lo había sido Joseph Conrad. En efecto, él era incapaz de escribir una simple carta sin cometer los errores más garrafales de ortografía o de gramática. Y su primer libro (una descripción de su vida de disidente en los URSS) fue editado con la ayuda de la CIA.
¡Yo había afanado todos esos años por nada!
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