Diez de Octubre
En
abril de 1962 el colegio Sam Men comenzaba una vida nueva en un vasto
terreno casi baldío de Breña. La única estructura que había
dentro del claustro de sus cuatro muros era el pabellón de primaria.
Ese terreno había pertenecido anteriormente a una ladrillera y eso
era evidente en el campo de fútbol, que no era tal sino un campo con
mala hierba y vestigios de la elaboración de ladrillos.
El
nombre del colegio, que era ahora prominente sobre el portal, había
sido cambiado a “Colegio Combinado Chung Hua-Sam Men” en chino y
“Colegio Diez de Octubre” en castellano. Nos habían hecho
confeccionar un nuevo uniforme que recordaba al del Colegio La Salle,
con un saco plomo a cuadritos minúsculos, camisa blanca y pantalones o faldas azul marino tanto para las chicas como para los muchachos. Por primera vez,
teníamos también un escudo tricolor cuyo diseño permanecería
constante a través de los años.
Los nuevos encargados
La
nueva directora era una norteamericana llamada Ella Greve. Había
sido la directora del Colegio Americano, de Callao. Debió tener más
de sesenta años en esa época, pero no se veía agobiada por los
años sino todo lo contrario: era muy alta, 1.9 metros por lo menos,
y se veía aún más porque se mantenía siempre erecta, incluso
cuando estaba sentada en un ómnibus.
(Ella
falleció en el 2003 o el 2004, en un asilo para ancianos de
Colorado, a la edad de 99. Yo le había escrito dos o tres veces y
ella siempre me contestaba amablemente, a través de una enfermera,
ya que entonces estaba prácticamente ciega. En su última carta me
habló de la nieve que estaba cayendo.)
El
joven hombre que había reemplazado al señor Chen procedía de
Taiwán y se llamaba John Lee. Era un graduado de la facultad de
lenguas extranjeras de la universidad de Taipei, especializándose en
español y en ruso. Era guapo y activo, con un pelo siempre corto, a
lo militar, y le gustaba llevar un sobretodo cuando hacía frío.
Los otros profesores
Las
señoritas Wu, Perla, Betty y Esther pasaron también al local de
Breña, y la primera, que venía de Hong Kong y no tenía a nadie
conocido en Lima, fue a vivir en el mismo chalé en que vivía Miss
Greve, ubicado a pocas cuadras del colegio.
Los nuevos alumnos
El
nuevo comienzo del colegio chino, llamado ahora Diez de octubre,
coincidió con la abolición de las restricciones que el presidente
Odría había impuesto a la inmigración china. El resultado fue que
entre 1959 y 1962 un número enorme de mujeres chinas y sus hijos
fueron permitidos por primera vez a reunirse con sus esposos y
padres. Eso se vio reflejado ahora en el número de nuevos alumnos
que se matricularon en 1962 en el nuevo local de Breña. Muchos de
ellos eran ya muchachos grandes; algunos de ellos incluso tenían la
edad de estar en una universidad.
La Sección Especial
En
vista de que la edad de muchos de estos nuevos alumnos, recientemente
llegados de China y que por lo tanto no hablaban casi nada el
castellano, hacía ridículo que fueran puestos al lado de los
pequeñuelos de Infantil o de Transición, la directiva del colegio
decidió crear una sección especial dedicada exclusivamente a
enseñarnos a hablar y escribir el español en el tiempo más corto
posible. El encargado de esta sección especial fue el profesor Lee,
ya que era el único de los profesores que podía comunicarse con
nosotros simultáneamente en chino y en español. Mr. Lee, que es así
como lo llamábamos, hablaba sólo el mandarín, pero nos entendía
si le respondíamos en cantonés.
Tiempos heroicos
Los
años iniciales de su nueva vida fueron bastante duros para el Diez
de Octubre. Nos faltaba materialmente casi todo: carpetas, pizarras,
etc., eran rústicas e improvisadas. No había una infraestructura
deportiva que se diga: tanto la cancha de tennis/badmington como las
mesas de ping pong fueron creaciones de Mr. Lee, quien actuó en
muchos casos como carpintero o pintor de brocha gorda. Y los árboles
que hoy existen alrededor del muro fueron plantados por la misma Ms.
Greve, sin ayuda.
Los cursos
Durante
todo el 1962, pusimos nuestro mayor esfuerzo en aprender de memoria
las conjugaciones de los verbos básicos y comprender la complejidad
de la sintaxis del castellano. A veces, Mr. Lee recortaba algún
artículo editorial de los diarios limeños y nos lo leía. El
también nos hizo comprar un diccionario español chino recién
compilado en China comunista, el mejor de su clase en esos días,
para ayudarnos a leer.
Los
cursos de chino disminuyeron: llevamos ahora sólo Lenguaje Chino y
Ciencias Naturales, si recuerdo bien. Aunque los textos son ahora más
“modernos”, el sistema de enseñanza continuó poniendo énfasis
en la memorización de largos textos y las pruebas o exámenes
consistían en “recitar” pasajes del texto escogido por el
profesor y “reproducirlo”.
El gran salto adelante
Apenas
iniciado el segundo semestre, comenzaron a prepararnos para saltar
años. Yo iba a hacerlo del primero de primaria al primero de
secundaria, un salto que daba vértigo. El curso que tenía la mayor
dificultad en aprender era Geografía del Perú, ya que a diferencia
de cualquier peruano de 13 años, yo no había oído nunca nombres
tan corrientes como Cerro de Pasco o Tarapoto, ni sabía si quedaban
al norte o al sur del país.
Un
día, creo que fue en noviembre, nos subieron a todos a un ómnibus
escolar y nos llevaron a una de las grandes unidades escolares para
rendir nuestros exámenes, cosa que hicimos en forma oral y ante un
jurado de unos cinco o seis profesores del plantel nacional. Todos
aprobamos, unos con más facilidad que otros.
Nuevas profesoras
En
1963 la señorita Wu dejó Perú. Hubo también necesidad de más
profesores para los cursos de chino. Dos nuevas profesoras, la
señorita Molly Kao y la señorita Wei, llegaron de Taiwán y de Hong
Kong respectivamente. La primera emigró eventualmente a San Diego
donde fue dueña de un restaurante llamado Tía Molly y hoy vive en
La Mar, California. La segunda fue mi profesora de chino y vivió
por mucho tiempo en la ciudad de Nueva York con su esposo, un profesor universitario e ingeniero (hoy, según me informa Alfredo Chau, viven también en California).
La
señora Aurora Wu de Escudero, una de las profesoras más queridas de
castellano, se integró al plantel en esa época.
El pabellón de secundaria
Ese
año comenzó también la construcción del pabellón de
secundaria. Pero no sé por qué, cuando el segundo piso ya estaba
bien avanzado, se detuvo la construcción. Eso fue aprovechado por
los alumnos de mayor edad para levantar una suerte de escondite con
tablas y cartones en ese piso sin techo, donde nos reuníamos durante
el mediodía para fumar cigarrillos y beber cerveza.
El adiós
El
64 fue el último año que pasaría en Diez de Octubre. Durante las
vacaciones de otoño mi padre cayó enfermo y tuvo que ser
hospitalizado. Me vi forzado, como lo habían hecho otros dos
compañeros míos antes, a abandonar los estudios y ayudar en la
tienda. La situación no fue subsanada cuando mi padre recuperó su
salud: no volví a un colegio hasta tres años después, y cuando lo
hice, fue a la nocturna de un colegio nacional.