Llegué
a Lima, desde Hong Kong, en el verano de 1959, justo a tiempo para
matricularme para el nuevo año escolar. Mi padre me llevó una
mañana al jirón Junín, donde estaba el local de uno de los dos
colegios chinos existentes en Lima entonces: el colegio San Men, cuyo
nombre fue tomado de la frase “la ideología de los tres principios
de la democracia”; el otro colegio era Chung Hua (“el pueblo
chino”), que funcionaba, si no me equivoco, en el local de la
Beneficencia China y empleaba a los mismos profesores que enseñaban
en San Men.
El
local
San
Men compartía el mismo local --una quinta con patio abierto y un
segundo piso en la parte de atrás, y a la que se ingresaba a través
de un portón pesado de madera-- con las oficinas del periódico
chino Man Shing Po, que era un órgano del partido Kuomintang y era
financiado con recursos provenientes del gobierno nacionalista de la
República de China, en exilio en Taiwán. La edición diaria del
periódico era redactada la noche anterior, armada en la mañana,
impresa en la tarde y salía a la calle a eso de las tres; se vendía
en unos dos o tres kioscos ubicados en Paruro y en Capón.
El
jirón Junín era una transversal del jirón Paruro, una calle
sombría poblada por marmolerías y funerarias, donde los ataúdes
estaban a la vista de los transeúntes. Cerca estaban la Casa de la
Moneda, la plaza Italia y una comisaría.
En
el mismo patio donde tomábamos nuestros recreos había un enorme
depósito de basura en el que terminaban los ejemplares viejos del
periódico chino o los papeles usados por su Redacción. Ese depósito
era un tesoro para los que eran aficionados a coleccionar
estampillas, pues los sobres de la correspondencia que recibían los
redactores de Man Shing Po terminaban también allí. La mayoría de
las estampillas que llegué a coleccionar de ese modo provenían de
Taiwán y algunas de Hong Kong o de Indonesia.
Los
encargados
Mi
padre me llevó a la presencia de la directora. Era una señora
italiana o de ascendencia italiana que llevaba el pelo teñido de
rubio. La primera cosa que hizo fue escoger un nombre español para
mí, o convencer a mi padre que me pusiera uno. Así, salí esa
mañana llamándome todavía Siu Kam Wen, pero cuando volví a casa
tenía ya otra identidad: José Siu Li. Este nombre habría de
figurar en todos mis certificados escolares y causarme más de un
serio problema en el futuro.
La
señora italiana era sólo un testaferro: el verdadero mandamás del
colegio era el encargado de los cursos de chino. éste
era un cincuentón calvo con una complexión sanguínea; procedía de
la provincia de Guangdung o Guandxi y se llamaba Chen Chi-Wo. Este poco feliz
nombre fue la razón de que al señor Chen se le conocía entre el
alumnado más por el sobrenombre de El Chivo o El Chivato.
Los cursos
Se
dictaban entonces los cursos de castellano en la mañana y los de
chino en la tarde. Como no sabía una palabra de castellano, a pesar
de mi edad, que eran los ocho, me colocaron con los párvulos de
Infantil. Pero para los cursos de chino fui puesto en el tercero de
primaria.
Había
otros muchachos como yo, recién llegados de China o de Hong Kong;
algunos de ellos eran mayor que yo por un año o dos. Ellos, es
decir, unos chicos de diez u once años, se sentaban siempre conmigo
al fondo del salón, para no taparles la vista a los otros, que
habían aprendido a andar no hacía mucho! Nuestro primer y único
texto escolar fue un abecedario y luego un silabario.
Para
los cursos de la tarde usábamos textos chinos usados en los colegios
chinos de lo que llamamos los Mares del Sur, es decir, países como
Indonesia, Singapur, Filipinas, Cambodia y Vietnam. Eso producía un
efecto alucinante en nosotros, puesto que teníamos que memorizar,
para la clase de Geografía, los nombres de ciudades, departamentos y
accidentes geográficos que nada tenían que ver con el Perú o con
China; y aprender a reconocer plantas y frutos exóticos en la clase
de Ciencias Naturales. Por suerte, Historia era diferente y se
ocupaba solamente de la historia de China.
Los
cursos de chino eran conducidos en cantonés. Además de Geografía,
Ciencias Naturales, Historia y Educación Cívica teníamos que
aprender también caligrafía china y el uso del ábaco. Para
Lenguaje Chino estudiábamos los clásicos.
Los profesores
El
señor Chen era nuestro profesor principal de chino. Era asistido por
dos o tres profesoras. Sólo recuerdo el nombre de una de ellas: la
señorita Wu, que venía de Hong Kong.
De
las profesoras de castellano me tocaron a las señoritas Betty
(Bettina Punchín) y Esther Wong. La primera fue mi profesora de
Infantil y la segunda de Transición. Ambas eran tusanes y la
señorita Betty la más guapa y elegante de las dos; de la señorita
Esther, recuerdo que era más delgada y tenía lo que llamamos un
rostro de la forma de una semilla de melón.
La
señora Perla Puell enseñaba los últimos años de primaria y nunca
fue profesora mía.
El uniforme
Usábamos
entonces el mismo uniforme de color caqui que usaban todos los
alumnos de los colegios nacionales, con corbata y cristina (gorra)
del mismo color.
Días especiales
Había
dos fechas que eran especiales en nuestra vida escolar. La primera
era el Día del Doble Diez. Ese día era celebrado con actuaciones
del alumnado en la Beneficencia China. Los alumnos eran preparados de
abril a septiembre con miras a esas actuaciones anuales, consistentes
en danzas folclóricas tanto peruanas como chinas. Había también un
largo discurso a cargo de un alumno escogido especialmente por el
señor Chen. Yo fui ese alumno durante dos años y tengo una foto
para probarlo.
La
otra fecha importante era la de la clausura del año escolar, pues en
ese día se anunciaban los primeros tres puestos en aprovechamiento,
que eran muy peleados. Fui siempre el primero hasta que Carlos Yep,
que era mi mejor amigo de esa época, me destronó en el quinto año.
En
una ocasión nos subieron a un ómnibus grande, repartieron
banderitas peruanas y chinas entre nosotros y nos llevaron al
aeropuerto para despedir al doctor Manuel Prado, entonces presidente
de la república, que estaba embarcándose en una visita a Taiwán y
otros países de Asia.
Sucesos extraordinarios
Nuestra
tranquila vida escolar se vio rota un día cuando uno de los alumnos
fue atropellado por un carro ante el portón mismo del colegio. No
llegué a ver al muerto ni saber quién fue la víctima. El cadáver
había sido retirado rápidamente, pero en la pista se quedó una
sustancia gris proveniente del cráneo destrozado del pobre chico.
Otro
día, los militares dieron un golpe de estado e hicieron rodear con
tanques el Congreso, que estaba a unas tres o cuatro cuadras del
colegio. Las clases fueron suspendidas al mediodía y a los alumnos
nos enviaron a nuestras casas.
Mudanza a Breña
Un
poco antes de terminar el año 1961, el señor Chen, que me tenía un
afecto especial, me llevó a su departamento en Paruro, me regaló
unos libros y se despidió de mí. Fue en ese momento que recién me
enteré de que el colegio chino se iba a mudar a un nuevo local en
Breña y que iba a haber un cambio radical entre el personal. El
Chivo decidió retirarse y volver a Taiwán, donde murió
aparentemente solo, unos diez años después. (Sus amigos encontraron
mi nombre y dirección en la agenda que dejó, y me enviaron una nota
informándome de su fallecimiento).
(Continúa)
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